Muchas personas sin hogar que conocemos nos explican que se sienten invisibles. Romper esta invisibilidad es clave para transformar la percepción que tenemos de las personas que viven en la calle y para generar un cambio que mejore sus condiciones de vida. Os proponemos conocer la historia de Armando, Inma, Jaume y hasta trece personas que han vivido en la calle. Para hacer posible el proyecto #Visibles, las hemos fotografiado y hemos colocado sus retrato en formato mural en la fachada de los edificios donde dormían, con la colaboración del artista Teo Vázquez.
Los murales no pretenden ser solo una imagen ilustrativa, son un punto de partida para conocer las historias de vida de las personas que acompañamos. Trece historias que representan las de las más de 1.100 personas que actualmente viven en las calles de Barcelona. Estas historias son tan grandes como los murales que las enmarcan y nos recuerdan que hay que romper prejuicios para entender que nadie escoge no tener un hogar y que juntos podemos hacer posible #nadiedurmiendoenlacalle.
“He pasado tantas pericias que ser invisible lo llevas ya dentro del cuerpo. Con la mirada te tratan como un pordiosero, un indigente, como si fueras una persona que no es bien vista”.
“No somos gente mala, simplemente estamos deprimidos por nuestras circunstancias de vida. Cuando no tienes lo fundamental, un techo, un trabajo, caemos en la soledad y en la tristeza… Yo siempre he sido una persona alegre, positiva y siempre he confiado en que hay gente buena. Eso ayuda a que hay que ser abierto a todo: hoy estás bien y mañana puede que estés mal”.
“En este parking dormía yo solo antes de tener a Laika. Ahora ya duermo en casa, con mi perrita, voy al taller cada día a distraerme un poco y a no pensar”.
“Estuve en la calle un año, pero para mí fueron como 100 años. No se lo deseo a nadie, la vida es difícil, especialmente en invierno. Pasé 72 horas sin comer y no sabía dónde ir. Un señor que tenía un bar me dijo: ‘¿Tú has comido? Cada dos días, ven aquí y tú tienes un plato’. No me conocía de nada, hay gente buena que hace cosas que nadie sabe”.
“Ves como tu casa desaparece y te quedas completamente desubicado. Una cosa que recuerdo mucho, y eso al principio duele mucho, es que notas miradas de hostilidad; es decir, que por el solo hecho de existir y estar en la calle, siente rechazo de la gente”.
“Vivir en la calle es peor que el infierno. Ahí una persona se pudre. Todo el día bebiendo y sin comer nada hasta que un día el cuerpo dijo: ‘Hasta aquí hemos llegado’. Ahora estoy más tranquilo, entro y salgo cuando quiero, pongo la tele y nadie me dice nada.”
“La gente me lo decía: ‘Tú puedes salir adelante. Y te ayudamos’ pero da miedo salir del entorno que te has hecho en la calle. La calle es una dejadez total. Cuando estás en un piso, valoras más lo que tienes. Ahora empiezo a encontrarme a mí misma, estaba perdida en la calle”.
“Estar en la calle es soledad, también miedo por lo que puede pasarte. La calle te lleva a sobrevivir pero sobrevivir no es vivir; sobrevivir es aguantar el día. Yo ahora he empezado a vivir cogiendo todo de la vida. Tenemos que coger un poquito de cada cosa porque así es más fácil conquistar la felicidad, no? Si tenemos pequeñas ambiciones y más ganas de estar con los otros, la felicidad está más cerca. Sonreír es una cosa importante.”
“Quiero quedarme con lo bueno. Hace 25 años iba sobreviviendo porque también tenía mis adiciones, mis estados de letargo donde no me enteraba de nada, ni veía las consecuencias. La decadencia la tienes que llevar bajo los efectos de algo para poder soportar la miseria que estás viviendo. Es muy fácil juzgar a alguien que vive en la calle; la calle es una casa de cristal y se ven todas las mierdas que hace uno porque estás de cara al público todo el día”.
“Tengo aquí mi piso ahora y yo estoy bien gracias a la Fundación Arrels. Me sacaron de la calle, joder. Y es triste estar en la calle… Caía lluvia y me tenía que levantar y salir corriendo de ahí. Tenía yo a mi pareja, a mi Anita, que ya falleció y la levantaba a ella para salir a otro sitio. Para despedirnos también teníamos un beso. ¿Sabes cuál es el beso polar?”
“Tenía entonces 56 años y fui pobre, fui un nadie. Y, poco a poco, he trabajado, he salido de todo y estoy bien. Creo que soy un ejemplo muy bueno para muchas personas. Dicen: ‘Hombre, si él puede hacerlo bien, también puedo yo’. La vida por la calle no es una aventura. ¿Por qué? Porque cuando vives en la calle tienes muchos peligros.”
“Yo he salido de la calle y he ganado mucho. Ahora, si me pasa cualquier cosa, tengo donde agarrarme. Hasta los 60 estuve en la calle; lo que he pasado no se lo deseo a nadie. Ahora, me miro fotografiado y digo: ‘Bueno, ya no soy el mismo, ahora estoy un poco más alegre. Para que vea la gente lo que cambia uno; hasta me extraño yo mismo’.”
“Ahora que tengo un techo, he ganado todo lo que había perdido: mi higiene personal, mis comidas, ducharme casi todos los días, abrir mi casa y no dormir con un ojo abierto pendiente de que te roben”.