Hace unos meses que está en marcha el nuevo espacio con mirada de género que hemos creado en el centre obert de Arrels. Cada martes entre las 12 h y las 14 h, abrimos los servicios básicos y el espacio de acogida específicamente a mujeres, mujeres trans y personas no binarias que viven o han vivido en la calle, con el objetivo de ofrecer un espacio de seguridad e intimidad donde compartir y expresar desazones.
Son las 12h de un martes e Imma y Sònia, Maite y Sara se organizan para mover unas cuantas mesas del centre obert d’Arrels. Juntas montan una hilera de mesas y se sientan mientras otras compañeras traen la que será la comida de hoy. Son un grupo de unas 12 mujeres voluntarias, trabajadoras y usuarias del centro abierto de Arrels que se encuentran cada semana durante dos horas en un espacio pensado y hecho para ellas.
“Aquí estamos juntas, colaboramos entre nosotras y pasamos el rato. A veces nos pintamos las uñas, comentamos nuestras cosas, hoy haremos pancartas para ir a la manifestación del 8M juntas”, explica Susana, una de las personas que atendemos desde Arrels y que viene cada semana al espacio.
Este espacio nace de la idea de varias mujeres que acompañamos y que buscaban espacios menos masculinizados y más acogedores para ellas y sus compañeras. Martes detrás martes, lo vamos construyendo con ellas: talleres de autocuidado y belleza, dinámicas para potenciar el autoconocimiento y la autoestima, juegos de mesa, talleres de salud sexual y reproductiva, actividades para promover la creatividad… Las ideas son muchas y siempre acabamos compartiendo una comida.
Hasta el momento, participan una decena de personas que atendemos con el acompañamiento de trabajadoras y voluntarias de Arrels, que de manera conjunta van construyendo el espacio. “Es un espacio que se va consolidando y en el cual se genera un ambiente muy tranquilo. Solo somos mujeres y esto hace que algunos miedos se desvanezcan. También es un espacio tranquilo porque es muy libre. A veces programamos hacer una cosa y acabamos haciendo otra. Es un espacio de relajación en el cual a veces acabamos pintándonos las uñas o poniendo una mascarilla. Mientras tanto, charlamos un rato, estamos juntas. Se genera un ambiente de estabilidad, confianza, de compartir cosas y explicar por parte de todas”, dice Maite Bosch, voluntaria del equipo de calle y el centro abierto y participante en el espacio de mujeres.
Un espacio seguro y confortable
Cuando una mujer que duerme en la calle se dirige a un recurso social se puede encontrar, muchas veces, que es un espacio pensado en clave masculina. Por otro lado, hay recursos por mujeres que han sufrido violencia de género, pero no se adaptan, en gran parte de los casos, a las necesidades de las mujeres que viven en la calle.
Las mujeres acostumbran a hacer más uso de los recursos que los hombres, a pesar de que estos no respondan a sus necesidades y no estén diseñados para que puedan disponer de un bienestar más grande, puesto que se encuentran con espacios compartidos, mixtos y diáfanos. La población que atendemos es mayoritariamente masculinizada y con tendencia a reproducir actitudes machistas y/o LGTBIfòbicas. Por eso, hay que crear recursos de atención específicos para las mujeres sin hogar y poder ofrecer espacios seguros, con intimidad y libres de violencias. “Hay mujeres que cuando vienen al centre obert están como muy atentas al entorno, un poco tensas en relación con los otros. Aquí, en cambio, están muy tranquilas; dejan sus cosas y se van, creo que es un espacio muy necesario para ellas, muy agradable”, explica Maite.
A pesar de que el sinhogarismo de calle es una problemática mayoritariamente masculina, las mujeres que llegan presentan un mayor grado de vulnerabilidad; tienen historias vitales muy truncadas y marcadas por la violencia por el simple hecho de ser mujeres. Muchas de ellas cargan traumas y relaciones donde la violencia de género es el eje principal.
Antes de vivir en la calle, muchas mujeres acostumbran a buscar todas las otras alternativas posibles: pisos sobre ocupados, viviendas vacías, pensiones, casas de familiares o amistades. Y cuando, finalmente, empiezan a vivir al raso a menudo es porque ya no tienen ningún lugar donde recorrer y ya acumulan un desgaste psicológico y físico muy difícil de revertir. A la vez, si vivir en la calle comporta muchos riesgos para cualquier persona, las mujeres que viven al raso están más expuestas a la violencia machista y a los abusos sexuales.
Una mirada simétrica que construye vínculo
Este espacio parte de un modelo común al resto de programas de atención de Arrels, que intentan tener una mirada simétrica con la persona atendida, por lo cual no se trabaja desde la autoridad, sino desde el respeto hacia las diversas situaciones personales: diversidades funcionales, cognitivas, emocionales, trastornos de conducta o de salud que caracterizan cada persona.
El apoyo que se ofrece a cada mujer es individualizado con el objetivo que pueda vivir de la manera más autónoma posible y que pueda decidir por ella misma. En este sentido, no se trabaja desde la exigencia, sino desde el acompañamiento. “Vamos construyendo una relación de proximidad entre todas, hacemos vínculo y funciona muy bien. El centro abierto no es un espacio donde solo ofrecemos servicios (ducha o consigna, entre otros) pero en el día a día los espacios que tienen las personas voluntarias y las trabajadoras para sentarse con una persona atendida son más puntuales y con interrupciones. En cambio, aquí en nuestro espacio de los martes estamos un grupo y solo nos centramos en nosotras, lo que hace que generamos una situación de proximidad mucho más rápidamente y de manera más intensa”, comenta Maite.
La propuesta de esta franja de atención no mixta se añade a otra iniciativa que, desde hace unos meses, impulsamos desde el taller de Arrels y en la cual un grupo de mujeres se encuentran una mañana a la semana en un espacio de tertulia para hablar de cuestiones que les interesan.
“Espero este espacio con mirada de género se vaya consolidando, que aumente el número de mujeres que atendemos y que vengan más a menudo. Este tipo de espacios contribuyen mucho a contrarrestar la situación de desconfianza que genera el hecho de dormir en la calle. Incluso, es terapéutico”, reflexiona Maite.
Más información:
– Estudio Mujeres en situación de sin hogar en la ciudad de Barcelona.
– Hay menos mujeres viviendo al raso que hombres, pero las que llegan están en peor situación. Infórmate en este enlace.
– Gemma, Gema, Anna Maria, Úrsula y Loraine han vivido en la calle y lo explican.