Anna María conoce a Paquita desde hace doce años, cuando esta voluntaria del equipo de apoyo a personas alojadas de Arrels comenzó a acompañarla. Juntas reconstruyen lo vivido en estos años, en los que Anna María ha trabajado por mejorar, Paquita le ha tendido la mano y mutuamente se han abierto oportunidades para aprender. Lo mismo han hecho Juan y Antonio, dos miembros del grupo de teatro de Arrels que han tenido experiencias de vida muy distintas (uno migró, vivió un año en la calle, y el otro colabora como voluntario), pero que se reúnen cada semana para compartir, enriquecerse como personas, construir una amistad y estar juntos.
“Es increíble… no recuerdo las cosas. Si me las dices, sí. Pero ¿cuántos días hace…? No lo sé”, dice Anna María. “Ella tiene un problema de memoria por un accidente que tuvo en 1986”, explica Paquita, sentada a su lado. Ambas se conocen desde hace casi doce años, cuando Paquita empezó como voluntaria de acompañamiento de Anna María, quien entonces llevaba poco tiempo viviendo en un piso gestionado por Arrels.
Anna María tiene sesenta y seis años; Paquita, setenta. Cuando se conocieron, Anna María llevaba un año viviendo en un piso de Arrels en el barrio del Poble Sec. Lo compartía con otra persona atendida por Arrels, Paco. “Yo venía y hacía de referente para ella y para Paco. Estuvimos muchos años juntos, Paco, Anna y yo. Después, cuando Paco falleció, vino otra persona a compartir piso con Anna María, José”, relata Paquita.
Cada martes por la mañana, Paquita visita el piso de Anna María. Salen a tomar un café, la acompaña al médico, a hacerse unas gafas o a comprar. Le brinda apoyo en lo que sea necesario en cada momento. “A mí me da mucha seguridad tener a Paquita, saber que cada martes vendrá. Si tengo algún problema, se lo cuento a ella; si me ha ido bien, también”, dice Anna María con una sonrisa. “Bueno, es muy gratificante. Nuestra relación ya no es de voluntaria y persona atendida. Somos amigas”, resume Paquita.
Con los años, han construido un vínculo cada vez más fuerte. Si al principio las unían más las actividades relacionadas con el hecho de que Anna María pudiera llevar una vida autónoma, ahora van a conciertos o Anna María invita a Paquita al teatro. “El año pasado, ¿te acuerdas? Por estas fechas me invitaste a ver a El Mago Pop. ¡Y me gustó tanto que después les regalé la entrada por Navidad a mis dos nietos, mi hijo y su esposa!”, cuenta Paquita.
“Yo no tengo la sensación de hacer nada especial. El hecho de vernos una vez a la semana nos llena muchísimo. A mí me ha abierto muchas puertas el voluntariado, y ella es mi amiga del alma”, dice Paquita. “¡Y para mí, ella es mi hermana mayor!”, responde Anna María.
Caminos paralelos que se encuentran
Juan y Antonio se reúnen, como cada semana, en un bar cerca del Centro Cívico Albareda. Se saludan con afecto y comparten un café. Hace poco más de un año que se conocen y hasta entonces no tenían mucho en común: con trayectorias vitales bastante diferentes, uno pasó un año viviendo en la calle y el otro ha tenido contacto con el sinhogarismo porque lleva tres años como voluntario de la entidad.
“Estamos juntos en Teatre al Ras, el grupo de teatro de la entidad. Aquí nos hemos conocido más”, explica Antonio, quien dice que, además de experimentar en las artes escénicas, con el grupo ha aprendido mucho en el plano humano. “El otro día lo comenté, en el último ensayo. Hay dos personas en el grupo de teatro que hace un año, cada vez que acabábamos un ensayo o una obra, decían resignadas: ‘Es mi última vez, no voy a venir más’. Esas dos personas, hoy en día están súper felices, tienen ganas… Entonces eso a mí me hace súper feliz. Porque yo colaboro para que se sientan bien, para que seamos amigos”, reflexiona.
Formar parte del grupo de teatro ha hecho que Antonio se dé cuenta de lo importante que puede llegar a ser tener un vínculo para las personas que han vivido en la calle. “Aquí me he dado cuenta de que lo importante también es que tengamos relación, que no estén solos, que tengan amigos. Las personas del grupo de teatro se sienten mejor ahora que hace un año porque sienten que tenemos una amistad. Siempre decimos que somos una familia, ¿verdad, Juan?”, le pregunta a su interlocutor.
Juan ríe. “Con él hacíamos bromas desde el principio. Porque mira, vi que es una buenísima persona. Lo que pasa es que yo no sé manejar el teléfono, pero cuando puedo, le llamo. Y cuando dice que va a hacer algo, lo hace. Nunca se echa atrás. Viene a ayudar y le tengo un gran agradecimiento”.
Antonio también se siente muy agradecido por su experiencia junto a Juan. “De mi voluntariado he sacado mucho. Cuando hablamos con los compañeros, comentamos que estamos como voluntarios, y visto desde fuera y sin mucho análisis puedes decir: ‘Ah, qué buena gente, ayuda a estas personas’. Pero yo siempre digo: ellos me ayudan, ellos me han ayudado. Y ahora he llegado a la conclusión de que las puertas que se cierran, a veces no se cierran del todo. Entro en la vida de las personas que conozco aquí, ellos entran en la mía, salimos, entramos, y se convierte en algo muy bonito para mí, que me ha llenado muchísimo. Y aquí estoy, porque me encanta”, concluye.
Más información:
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