Una persona acaba viviendo en la calle porque su situación se ha deteriorado progresivamente. No hay una sola causa. Algunas dependen de la propia persona: un divorcio, la muerte de un ser querido, falta de formación, la salud… Otras tienen que ver con nuestro modelo social y los problemas que implica: el paro, el precio de la vivienda, los movimientos migratorios, la rigidez de los servicios sociales y los mecanismos de ayuda.
El alcoholismo o el consumo de drogas no son las únicas causas que llevan a una persona a vivir en la calle. En realidad en muchas ocasiones el alcoholismo es la consecuencia. Y, en muchas otras ocasiones, la persona no consume nada. Personas que conocemos empezaron a beber por la necesidad de evadirse, por huir del frío o por intentar superar el miedo a ser agredidas. “Cuando vives en la calle es fácil caer en el alcohol y las drogas; pero dejarlo es un esfuerzo enorme, se necesita ayuda”. Es fundamental entender que hablamos de enfermedades, y no culpar a la persona.
La realidad es que estos espacios muy a menudo no tienen en cuenta qué quiere y qué necesita la persona. Dormir en un recurso temporal implica compartir el espacio con mucha gente, falta de intimidad y de tranquilidad. Implica también dejar fuera equipajes y animales de compañía. “Cuando entras en un albergue sabes que no es una solución definitiva y que puedes volver a la calle”. La solución pasa por ofrecer pisos a precios asequibles, en los que la persona pueda vivir de manera estable. Espacios más pequeños y próximos al entorno habitual de cada persona.
Según los datos del censo de personas que duermen en la calle en Barcelona (2019), el 73% de las personas no tienen ingresos regulares. Muchas personas de las que duermen en la calle han trabajado, algunas trabajan en la economía sumergida y otras tienen un trabajo normalizado pero con muy bajos ingresos, insuficientes para pagar un alojamiento. También hay personas que nunca podrán volver a trabajar porque la vida en la calle les ha afectado y su salud es muy frágil. Y hay muchas personas que dedican todo el día a sobrevivir, a ir de un recurso a otro para poder comer, ducharse, dormir…
El 24% de las personas que viven en la calle en Barcelona tienen nacionalidad española, el 35% son comunitarios y el 39% son extracomunitarios (el 2% NS/NC), según datos del censo de personas sin hogar realizado en junio de 2019, detallados en el informe Vivir en la calle en Barcelona. La falta de una red de contactos, las dificultades administrativas para conseguir documentación, el idioma y la discriminación por el hecho de ser extranjeras implica que muchas personas inmigrantes se encuentren en una situación muy precaria en relación al resto de la población.
En un hogar hay necesidades básicas que tenemos cubiertas y de las cuales a menudo no somos conscientes. Vivir en la calle implica estar más expuesto a situaciones de conflicto público y a sanciones, porque no tienes un lavabo al que ir, una ducha, una cocina, un sofá. Toda tu vida transcurre en la calle. Además, estás expuesto a sufrir violencia física y verbal. Los datos del censo de personas sin hogar realizado en junio de 2019 alertan de que un 38% de las personas han sufrido agresiones. “Uno intenta estar tranquilo cuando duerme en la calle, pero se dan situaciones que te llevan a la violencia”.
Son ariscas por desconfianza. En la mayoría de los casos han sido víctimas de robos, las han agredido, han sufrido vejaciones; de ahí su comportamiento. No se las puede obligar a nada, y hasta que no logramos ganar su confianza no empieza el proceso de recuperación.
Nadie vive en la calle por decisión propia. Un día te ves durmiendo en la calle y no sabes muy bien cómo ha ocurrido; hay motivos personales, pero también estructurales y que tienen que ver con la sociedad en la que vivimos. Pierdes la confianza en los otros: Si estás en la calle es porque nadie ha sabido ayudarte, y porque tú no has sabido pedir ayuda. A veces hay personas que dicen que no quieren nada; esto ocurre porque reconstruir la confianza y los lazos cuesta mucho. “También depende de qué te ofrecen. Si me ofrecen vivir en un piso mañana mismo diría que sí, pero no hay pisos. Los equipos de calle deberían preguntar a la gente qué necesita”.
¿En qué recursos pensamos cuando hacemos esta afirmación? ¿Comedores sociales? ¿Duchas? ¿Albergues? ¿Viviendas estables para dormir? Si vives en la calle en Barcelona, por ejemplo, no puedes cenar caliente en un comedor social público y debes destinar muchas horas del día a desplazarte para ir de un sitio a otro. Los recursos no están pensados teniendo en cuenta las necesidades de las personas. Alivian necesidades inmediatas y temporales, pero no ofrecen soluciones a medio y largo plazo.
Una persona que vive o ha vivido en la calle tiene capacidad para decidir qué hacer con su vida y cómo afrontar los retos y las dificultades que van surgiendo. Su opinión y su derecho a decidir sobre su propia vida no tienen menos valor que el punto de vista que pueda tener cualquier otro ciudadano o profesional de servicios sociales. Es necesario escuchar más.
El proceso para que una persona deje de vivir en la calle es lento, porque hay que reconstruir lazos y confianza que permitan a la persona dar pasos hacia adelante. La situación no se soluciona de golpe cuando se empieza a vivir en un alojamiento. Hay otros retos importantísimos, como mejorar el estado de salud, tener ingresos suficientes, tener un hogar estable, ocupar el tiempo de una manera útil… “Tienes un techo, pero debes conservarlo y necesitas hacer un esfuerzo muy grande para cambiar el chip. Por ejemplo, debes acostumbrarte a dormir en una cama”.
No vamos a valorar si en Barcelona se vive mejor en la calle que en otras ciudades porque la temperatura no baja mucho en invierno. Destacaremos sólo una frase de una de las personas sin hogar que conocemos: “No importa si en Barcelona hace buen tiempo o mal tiempo. Cuando vives en la calles estás expuesto y es peligroso”.
No sabemos exactamente cuántas personas duermen en la calle en Cataluña y cómo se reparten por el territorio. Barcelona es el municipio que tiene más personas contabilizadas. Pero el problema existe en otros municipios, que necesitan dotarse de recursos y atender a las personas que duermen en la calle sin que éstas deban trasladarse a un municipio más grande para recibir ayuda.
Finlandia es el primer país europeo que casi ha logrado el reto #nadiedurmiendoenlacalle, implementando una estrategia nacional para abordar el sinhogarismo, y con soluciones que se centran en la vivienda estable. En Arrels estamos convencidos de que aquí también podemos conseguir el reto, con políticas públicas, trabajo en red y recursos más eficaces.
En 2017, el Servicio de Detección e Intervención con Menores no Acompañados (SDI-MENAS) del Ayuntamiento de Barcelona detectó 291 niños y adolescentes viviendo en la calle. La cifra del año 2018 es de 555, lo que significa un incremento del 90,72%. Se trata de menores migrantes no acompañados recién llegados a la ciudad.
La inmensa mayoría tiene familia, pero algo ha fallado y los vínculos se han roto.
Hay de todo. Hay personas que tienen estudios básicos, pero también las hay que tienen titulación superior o que regentaban un negocio propio y lo han perdido todo.
Dejar la calle es una opción personal. El primer paso es restablecer la confianza con la persona, y esto es un proceso largo que puede durar meses o años. Una vez restablecida esta confianza, cuando la persona decide dejar de dormir en la calle, se inicia un largo y nada fácil trabajo de reconstrucción personal.
Arrels atiende a las personas cronificadas, es decir, aquellas personas que llevan años viviendo en la calle y que hace tiempo que han dejado de pedir nada. Dar limosna es una opción personal: puede ayudar en un momento determinado, pero no soluciona el problema.