La crisis por el coronavirus ha provocado cambios importantes para la gente sin hogar de Barcelona. Hay menos sitios donde resguardarse y sentirse a salvo y quienes viven en la calle ven con impotencia cómo deberán pasar más horas a la intemperie. También estamos detectando casos de personas y familias que pierden su trabajo y alojamiento. Y a todo esto se le suma el frío. Esta noche salimos a la calle para hacer una encuesta a las personas que viven al raso y saber cómo están.
Centenares de personas voluntarias saldremos hoy, a partir de las 20h, para encuestar a las personas que viven en la calle. Les queremos preguntar cómo están viviendo la pandemia, cuánto tiempo hace que viven en la calle, dónde vivían antes y cuál era su situación y saber qué ayudas reciben de los servicios sociales, entre otras preguntas. La información que reunamos nos servirá para profundizar sobre la situación actual de las personas y realizar propuestas de mejora. De momento, contextualizamos explicando el punto de vista y el análisis de Arrels.
Más frustración, ansiedad, estrés e impotencia entre las personas que viven en la calle. Es algo que venimos observando en Arrels durante los últimos meses. ¿El motivo? La situación por el covid-19 se está alargando y altera el funcionamiento de los centros públicos y privados que suelen atender a las personas sin hogar.
En los espacios municipales y de entidades sociales que abren durante el día — donde las personas pueden descansar y resguardarse — se ha limitado el tiempo para poder descansar y se ha reducido el aforo. A lo largo de las últimas semanas, la situación se ha vuelto aún más precaria con el cierre de bares, restaurantes y otros espacios como las bibliotecas hasta hace unos días. Las consecuencias para las personas son claras: muchas no saben a dónde ir y se ven obligadas a pasar más horas en el raso, expuestas a riesgos como la violencia o el frío.
Desde que se decretó el toque de queda, el equipo de calle de Arrels ha detectado que, para las personas que viven al raso, vuelve a ser difícil estar al día de la información sobre las restricciones y medidas que se aplican. También es complicado cubrir necesidades básicas como ir al baño y comer caliente.
Algunas personas que conocemos desde Arrels, sobre todo mujeres, afirman sentirse menos seguras con el toque de queda. Y hay muchas personas que viven en la calle en una situación muy deteriorada, que antes de la pandemia ya estaban desconectadas de los recursos disponibles y que aún siguen estándolo.
Nuestro centro abierto, que ofrece un lugar donde quedarse y servicios útiles para las personas que viven en la calle, está recibiendo las consecuencias de la crisis social causada por el covid-19: personas que se han quedado sin trabajo y que no están cobrando el expediente de regulación temporal de empleo (ERTE), hombres y mujeres con trabajos precarios que no pueden pagar una vivienda, familias desahuciadas que desconocen sus derechos y carecen de alternativas, personas migrantes que piden volver a su país, etc. Lo que tienen en común es la dificultad para acceder a servicios sociales y obtener una respuesta rápida que impida que, por primera vez, duerman en la calle.
“Los recursos que se dirigen a las personas sin hogar ya eran insuficientes antes de la pandemia. Lo que se ha evidenciado ahora es que cuando hay necesidades no cubiertas y llega una situación inesperada como la actual, los servicios sociales se colapsan. Hay que ver la atención social como una política prioritaria y en la que invertir”, afirma Ferran Busquets, director de Arrels.
Una emergencia que ya existía
En Barcelona, más de 1.200 personas viven en la calle. Los albergues municipales y alojamientos públicos y privados ofrecen más de 2.600 plazas, y están llenas.
Durante la pandemia, según el consistorio municipal, se han creado hasta 500 plazas de emergencia, algunas de las cuales han acabado transformándose en recursos estables y específicos para mujeres sin hogar, jóvenes y personas que consumen drogas, lo que representa una buena noticia. Las demás plazas de emergencia que había en la Fira de Barcelona cerrarán y las personas que duermen allá se reubicarán en tres hoteles y residencias. Son plazas de emergencia temporales que están sirviendo sobre todo para acoger a personas que vivían en habitaciones de alquiler, en casas de amistades o en pensiones, es decir, para prevenir nuevas situaciones de sinhogarismo en la calle.
“Este tipo de recursos que ahora sustituirán espacios grandes como el de la Fira de Barcelona se adaptan mejor a la situación de las personas pero habrá que ver qué pasará cuando tengan que cerrar y no olvidar que seguimos dejando en una situación de mayor desatención mayor a personas que ya vivían en la calle previamente”, afirma Ferran Busquets.
Casi todas las personas que vivían en la calle antes de la pandemia siguen viviendo al raso porque las alternativas que se plantean no se adaptan a sus necesidades. Para acceder a los albergues municipales, por ejemplo, la persona solicitante debe tener el apoyo de servicios sociales. Las normativas se han vuelto más exigentes y, en consecuencia, hay más gente que se queda sin la oportunidad de acceder a los recursos.
Esta semana también se ha activado la fase preventiva de la Operación Frío en Barcelona, la cual se traduce en un centro con 58 plazas destinado a hombres y otro centro específico para mujeres. Desde Arrels valoramos el esfuerzo pero insistimos en que hay que mirar más allá del termómetro y de las situaciones de emergencia como el covid-19 porque tener que vivir en la calle es una situación de emergencia durante todo el año.
Además de los recursos para dormir, hay servicios de ropero que llevan cerrados desde el inicio de la pandemia y la comida que se ofrece en los comedores sociales es para llevar y está fría. La mayoría de personas que vienen a nuestro centro abierto (también con un aforo limitado) piden acceder a las duchas y al baño y poder quedarse un rato para descansar y cargar el móvil para mantenerse conectadas.
El colapso administrativo hará empeorar la situación de muchas personas
El futuro es preocupante. Por un lado, porque las personas que ya vivían en la calle antes de la pandemia no encuentran alternativas para mejorar su situación. Por otro lado, porque las medidas y recursos que surgen sirven de red para que los hilos de otras personas vulnerables no se rompan del todo.
En este contexto, nos preocupa también un hilo invisible pero que condiciona y mucho la situación de las personas: el colapso administrativo actual, las dificultades para las citas previas y la tramitación digital están provocando, por ejemplo, que personas sin hogar a las que les caduca el permiso de residencia no puedan renovarlo y que personas que piden asilo no encuentren respuesta. También se está dando un retraso importante en la tramitación de ayudas sociales como la Renta Garantizada y el Ingreso Mínimo Vital y las personas que necesitan empadronarse pueden llegar a esperar hasta tres meses para obtener cita. A medio plazo, esto significará más problemas en la documentación para las personas que viven en la calle, lo que se traduce en más personas desatendidas por la red de atención y más dificultades para acceder a ayudas y transformar su situación.
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