Sergio vivió cinco años en la calle y ahora hace dos que vive en un piso para él solo. Hemos estado en su casa, donde hemos conversado sobre cómo era su vida antes de vivir en la calle y durante, así como qué cosas ha recuperado (o está en proceso de recuperar) después de volver a tener una casa.
Hace dos años que vives en un piso, y uno ha sido de pandemia. ¿Cómo lo has vivido tú?
Yo la pandemia no la veo como todo el mundo. Hace tiempo estuve en la cárcel, donde estás confinado igualmente. En realidad, es como un arresto domiciliario. Yo la he vivido de una manera más tranquila. ¿Qué hay que hacer? Pues luchar contra ella. ¿Cómo? Pues todos unidos; esto le ha afectado a todo el mundo por igual. Yo procuro protegerme y proteger a los demás de mí. Al final se ha convertido en una cosa cotidiana.
¿Y también viviste en la calle?
Sí, cinco años, o por ahí. He perdido la cuenta. Creo que más, pero da igual.
La calle, la cárcel, ahora este piso… ¿Cómo ha sido tu vida?
Tengo una hija, estuve con la misma mujer 18 años, fui minero, también perforaba hormigón armado con diamantes… He hecho un montón de cosas cuando tenía mi vida, mi familia, mi coche. Lo tenía todo. Ahora lo poco que tengo, lo tengo gracias a Arrels y gracias a que tener una vivienda es un derecho. También porque me he buscado yo la vida, he movido el culo.
¿Qué dirías que tienes ahora?
Con el piso, un tesoro, directamente. Y bueno, en la vida no tengo nada. Mi matrimonio se destrozó; yo me tiré al alcohol y me intenté suicidar. He tenido dos infartos y siempre me han resucitado. Se ve que mi destino es sobrevivir. La muerte ya no la busco, ya no la quiero. Pero ahora tengo experiencia, antes de que venga cualquier movida digo “cuidado que por allí hay jaleo”.
¿Cómo dirías que han vivido la pandemia las personas sin hogar? ¿Lo has pensado?
Claro que lo he pensado. Tengo empatía; que es una palabra bastante desconocida. Una palabra muy simple, muy bonita, pero poco valorada. Claro que lo he pensado. ¿Cómo están? Pues confinados, pero a la fuerza. Si ya estaban los albergues petados antes, pues imagínate cómo fue con la Covid-19. Y no es culpa de la gente que está en la calle, sino de lo que está pasando.
¿Y las personas que lo han tenido que pasar en la calle?
¿Qué es lo que siento? Pues mucha tristeza, es que no sé cómo definirlo. ¿Cómo quieres que te lo defina? Una injusticia, una vergüenza, un disparate, no sé cómo definirlo. De todas las maneras absurdas que te puedas imaginar. Esa gente no tiene por qué estar en la calle. Porque es un derecho constitucional, el derecho a la vivienda. El derecho al techo. No hay igualdad, no hay justicia. No hay nada.
¿Pensaste que con el confinamiento estricto finalmente se haría visible la problemática y que quizá se pondría una solución?
Sí lo pensé, pero no se ha hecho nada. ¿Aún hay gente en la calle, no? Yo pensaba “habrá que protegerlos, porque si no esto es una bomba de relojería”.
¿Cuál sería para ti la solución?
De todo esto se tendría que encargar el Estado, el gobierno. Tener una casa es un derecho constitucional; lo pone. Porque parece que aquí estamos para aplicar unos derechos sí y otros derechos no. Pues no.
¿Tú sabes que tiene trampa? La Constitución tiene derechos fundamentales que tienen una protección especial y se tienen que respetar sí o sí, y también recoge unos principios rectores que no tienen la misma consideración que los derechos fundamentales, sino que más bien son unas pautas que deben seguir los poderes públicos… El derecho a la vivienda es un principio rector…
Pero, ¿cómo puede ser de segunda categoría si es lo principal que necesita una persona para vivir? ¿O para sobrevivir?
Es una gran contradicción.
¿Y nadie se da cuenta de que eso es una contradicción? Especulan con los terrenos para construir hoteles, torres y chalets. Es una cuestión de pasta. Ya no hay derechos, se han acabado. Pero el dinero no lo compra todo; al menos no mi dignidad. Lo más preciado que hay en la vida es gratis, que lo sepas.
¿Cómo explicarías a la gente las diferencias que tú puedes encontrar entre vivir en calle y vivir en un piso? ¿Qué es para ti lo más fundamental?
Es que son tantas cosas… La principal yo diría que es la seguridad, ante todo. En la calle una persona es totalmente vulnerable y, sobre todo, si tienes problemas de adicciones. Eres vulnerable por muchas cosas: por la documentación, el dinero, la comida, la violencia, el racismo si eres de fuera… Sí, la vulnerabilidad a la que estás expuesto es la principal diferencia.
En el caso de las mujeres también…
¡Cómo seas una mujer te comen! A mí me han venido mujeres al cajero, estando yo solo, pidiéndome socorro, pidiéndome asilo. Hay mucha violencia. La gente de la calle se tiene que buscar la vida de alguna manera. Hay robos, asaltos y tonterías. Y eso le sale más caro al gobierno que darle un techo a una persona.
“Todavía no me he recuperado del todo”
¿Cómo era tu vida en la calle?
Te levantas por la mañana, lleno de lagañas y no tienes ni donde lavarte la cara. Es que es muy chungo, te lo digo yo que es muy chungo. La calle es muy mala, muy mala. La calle es una cuestión de supervivencia, al final. Porque se te ignora. Te ves ahí, que nadie te ayuda y el que te ayuda es para robarte, ¿comprendes? Y se pasa muy mal, se pasa muy mal. Y si quieres cenar, vete a una pizzería a las doce de la noche y te dirá el pizzero “espérate hasta la 1 o la 1:30 que yo cierre, a ver lo que me sobra. A la 1 o 1:30 vienes”, y luego sal del cajero a las 7:30 de la mañana y a correr calle y a correr mundo.
¿Cómo crees que afecta a la salud de la persona?
Afecta tanto física como mentalmente. Que yo he visto gente con 30 años que parece que tienen 50. Yo no sé cómo estaré, porque yo me miro todos los días en el espejo y me veo cada día peor.
¿Cuántos años tienes?
54, para 55 ya.
¿Te ves más mayor?
Sí, y tanto. Tengo la nariz rota y todos los desmayos que he tenido por la tensión, por el corazón, las peleas en la calle, violencia… Yo he envejecido un montón. Yo era mucho más guapo de lo que soy ahora. Es que me han quitado la vida.
Después del tiempo que dices que pasaste en la calle, no viniste directamente a este piso, ¿o sí?
No. Estuve en habitación, en el Raval.
¿Cómo lo viviste?
Es un relax, eso es como un suspiro. Decir “tengo una llave… ¡Una!”, bueno y la del portal: dos. Tengo dos llaves… ¡eso es triunfar!
Oye, ¿y cómo es ahora tu día a día?
Voy al taller de Arrels y es bastante dinámico. Pero tengo poco tiempo para poder dedicarlo a la casa, para cuidarla y limpiarla.
¿Te gustaría tener más tiempo para ti, para estar más en casa?
Más o menos… Me gustaría también tener más ganas. La verdad es que todavía estoy en proceso. Porque tener una casa significa desengancharte de la calle. Al principio dormía con un saco: con el colchón y un saco de dormir. No me hacía la cama ni me hacía nada. Con tener lo que tenía… Cada vez que abría los ojos, ¡flipaba! A veces decía: “¿Dónde estoy?”. Y decía: “Pero si estoy en mi casa, ¿sabes?”. Y así me he tirado casi un año, un año y pico.
¿Qué has dejado de hacer en este tiempo?
Dejar de pedir dinero, de coger colillas del suelo, de beber vino, de beber lo que me daban… yo me bebía todo lo que me daban.
Tener una casa es el primer paso, pero no el único, ¿no?
Claro, la procesión va por dentro, todavía no me he recuperado del todo. Eso lo tengo claro. Si yo me hubiera recuperado del todo, me levantaría por la mañana dando saltos y viviría en un mundo feliz, ¿sabes?
¿Quieres añadir algo más?
Estoy muy contento, estoy muy a gusto. Creo que he encontrado mi sitio, después de dar muchos tumbos, muchos. Me muevo en transporte público, me cocino, lavo mis platos y limpio mi servicio. Ahora tengo un motor de arranque para volver a lo que yo era antes, a como yo era antes: a tener mi sitio.
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