Ángel ha vivido muchos años en la calle y ahora lo explica a alumnos de instituto de una manera diferente: recorriendo con ellos el barrio donde vivía y explicando su experiencia. La iniciativa se enmarca en el proyecto Paseando Juntos. Agnès Marquès, miembro del Patronato de Arrels, relata en el siguiente texto una visita guiada con Ángel.
“Los últimos veinte años han tenido muchas cosas buenas, pero Ángel dice que no añora ninguna. Hace tres años pidió ayuda para dejar la calle. Para dejar de vivir en la calle. Tiene 52 años, ya no es un chaval y los aquelarres en las plazas del barrio de Gracia no tienen el mismo sabor. Parece diez o doce años mayor. La fundación Arrels le ha ayudado hasta llegar a vivir en un piso de la entidad que comparte con otros dos hombres. El alcohol sí se tuvo que quedar en la calle, condición sine qua non para poder entrar en el programa de la entidad. No le ha sido fácil. Llevaba veinte años en la calle, y solo.
Es muy delgado y mira con ojos acuosos, del agua verdosa de un lago. Mientras hacemos la ruta de su Barcelona, los lugares donde ha dormido y comido, vivido, en los últimos 20 años, me da la dirección de cada lugar al que se refiere en nuestra conversación. Calle y número. Referencia exacta. Lugar concreto. Lugar donde ir. Certeza. Seguridad.
Hacia las siete y media de la mañana, después de la segunda mezcla disimulada con café, cada día era una incógnita. La suya es una historia, dice, de cuando uno aún se podía ganar la vida vendiendo chatarra. Ganar a la vida . En un día malo se sacaba diez euros. Unos cuatrocientos al mes. Suficiente para saciar el hambre y sus dos adicciones, beber y fumar. Y suficiente para seguir durmiendo en la calle. Al salir del bar decidía hacia dónde empujar el carrito en busca de chatarra. ¿Lo peor? La lluvia en invierno. Y lo dice cerrando los ojos y encogiendo la nuca entre los hombros, como sacudiéndose el mal cuerpo. Lleva un diario que le han dado en el metro doblado en la mano y ahora lo aprieta contra el pecho.
Tiene días de todo. Algunas noches le da como un arrebato de ganas de dejarlo todo y volver a la calle. El arrebato del alcohol. Entonces se acuesta con la radio puesta, y se convence de que no quiere volver a buscar donde dormir, que no quiere volver a pasar frío. Que, en realidad, no quiere volver a beber aunque el vientre lo pida, que no quiere volver a estar solo del todo. Ahora estoy bien. Y cuando me lo dice, los ojos le sonríen.
Ya hace tres años que cambió el juego de la oferta y la demanda de chatarra en céntimos de euro por una nueva rutina. En Arrels le piden algunos trabajos, como encargarse de la lavandería del centro abierto unos días a la semana. La Generalitat le gestiona los cuatrocientos euros de renta mínima y de ahí se paga el piso y la cena de todo el mes, y todavía le llega para guardar cuarenta euros en un plan de ahorro. Pero lo que más le gusta es acompañar a otros usuarios al médico. De ser acompañado, a acompañar. Se pone la mano en el pecho cuando dice que esto le llena mucho. Y mientras sus ojos vuelven a sonreír, se quita la cartera de la chaqueta. Pulida y ordenada y con un mensaje escrito allí donde otro llevaría la foto de la mujer o el niño. “Un día más para amar.” Ahora, la boca , sí, toda su cara, sonríe.
Hemos terminado la ruta y me pregunta hacia dónde voy. Dos calles arriba, girar a la izquierda y la primera a la derecha. Me indica con el detalle y la atención con que el señor de la casa indicaría el servicio a un invitado. Él es – ha sido- el señor de la ciudad. Hasta pronto, y si no nos vemos que sea por el mal tiempo. ”
Hasta el 7 de marzo, el proyecto Paseando Juntos ofrece jornadas de puertas obiertas. ¡Infórmate de las rutas organizadas y apúntate!